CAÑESTRO DONOSO, A., “Fe y Contrarreforma: las cofradías en el Barroco”, Semana Santa 2013. Elche, 2013, pp.
85-88.
Fe y Contrarreforma: las cofradías en el Barroco
Alejandro Cañestro
El punto de
partida de la historia de la Semana Santa
en general y de la de Elche en particular bien podría situarse en los lejanos
años de la Edad Media
aunque, según se sabe, tuvo dos momentos de esplendor que la configuraron y la
definieron: el siglo XVI y el siglo XIX. Ciertamente, poco se conoce de
aquellas primitivas corporaciones de origen medieval vinculadas a los gremios
profesionales, incluida la cofradía del Corpus Christi, que realmente era la
festividad más celebrada y más solemne de cuantas existían en la entonces villa
ilicitana[1]. Por
el contrario, más conocido es el episodio producido en el XIX con la eclosión
de más y más cofradías al amparo de un movimiento no oficial que pretendía
regenerar el Catolicismo, fenómeno que se produjo en los años centrales de
dicha centuria[2]. Es decir, los dos grandes
momentos de la religiosidad popular ilicitana vendrían al compás de dos hitos
históricos de gran magnitud: en primer lugar, por la Contrarreforma del
siglo XVI y su profunda huella y, posteriormente, por la regeneración vivida en
época de Isabel II y Alfonso XII. Pero tales hitos y sus correspondientes
sucesos a menor escala tuvieron, evidentemente, su justificación histórica y
religiosa, diluyéndose muchas veces la frontera entre ambas.
En 1563 se
concluía el último decreto del Concilio de Trento[3] y,
con él, se iniciaba un periodo de redefinición de la doctrina de la Iglesia Católica y, por
extensión, del arte cristiano[4]: la Contrarreforma ,
también llamada Reforma católica. Algunas de las disposiciones
contrarreformistas promovían un mayor culto a la Virgen , a los santos y, en
especial, a la Eucaristía[5], algo que quedará muy
patente en aquellas manifestaciones artísticas alusivas a tal Sacramento, caso
de las custodias[6]. La Misa tridentina se determina
como sacrificio y Sacramento y, por consiguiente, la mesa de Altar se verá
resaltada a partir de este momento con un despliegue increíble que ejemplifica
de manera notoria la relevancia que adquiere el presbiterio[7]. Sin
duda, todos los ámbitos del espacio sagrado acusarán de una forma evidente los
decretos emanados de Trento, comenzando así una etapa de gran esplendor, el
Barroco, donde más que nunca el arte queda al servicio de la religión.
Sin duda, una
gran importancia recaerá en los programas que auspicia el Concilio de Trento,
basados en tres grandes pilares. El primero de ellos es la Eucaristía , que sufrirá
una necesaria actualización y, en consecuencia, un inesperado protagonismo que
se efectuará no sólo en las ceremonias litúrgicas sino también en la promoción
y el uso del arte destinado a la exaltación de tal Sacramento, ya que sean
capillas, sagrarios, tabernáculos o custodias, con toda una serie de
realizaciones en este sentido con la que se demuestra el carácter
verdaderamente ejemplar con que fueron recibidas las disposiciones de Trento,
sin olvidar el capítulo de la celebración del Corpus Christi. A estos actos deben sumarse otras solemnidades que
reflejan de forma notoria el relevante papel de la devoción: es el caso de la Semana Santa y todo lo que la
rodea.
Otra de las
devociones que promovió Trento fue el culto a la Virgen , como redentora,
desechando la creencia aniconista pues mediante las imágenes se podía acceder directamente
a la divinidad o, lo que es lo mismo, que la divinidad participaba de las
tallas, sirviendo principalmente para orientar la fe. Se busca un mayor
realismo pero también tienen mucho que ver el teatro y las tramoyas, pues el
Barroco despliega su fantasía en un intento de mostrar un mundo de ilusión que
permita evadir la mente humana de este mundo terrenal y la traslade a otro más
metafísico. Es el momento de los retablos de orden único y monumental, que
incorporan camarines en sus edículos principales. La Contrarreforma
también propició el culto a los santos y a sus reliquias, por lo que se vive a
partir de entonces un fenómeno, con respecto a los restos materiales de los
santos, que no tiene parangón, fomentándose así la realización de relicarios,
rutas de reliquias y capillas consagradas a los santos.
Las cofradías
son un instrumento institucional muy relevante, en tanto que fueron agentes
externos al seno de la Iglesia
en la implantación y el desarrollo de esos valores de la Contrarreforma y tuvieron
muy distintos objetivos y acciones, si bien el culto a una imagen de Cristo, la Virgen o los santos fue su
principal misión, así como su cuidado y la realización de cuantos actos se
programasen para venerarla. Evidentemente, las procesiones fueron muy
importantes y ocuparon lugares destacados entre los objetivos de las
hermandades, dado su carácter de catequesis y pedagogía al mostrar un
determinado paso que debía tomarse como modelo de referencia. Incluso podían
darse cofradías eucarísticas, que desempeñaron un gran papel junto a las de los
santos patronos de cada localidad.
Por tanto, al
sentido catequético y doctrinal se unía el de la veneración y el culto,
enraizado en lo que se denominaba “religiosidad popular”, en ocasiones afín a
la superchería y lejana de la fe. En este sentido, el Concilio de Trento,
pretendiendo la pureza de la liturgia y del culto, sugirió la depuración de las
cofradías[8]
mediante la reforma de la piedad popular, “alejada enormemente de la jerarquía
eclesiástica debido a la centralización burocrática medieval”[9]. El
clero, en su nueva situación, empezó a mostrar interés por estas instituciones
una vez reformadas, hasta el punto en que llegaron a erigirse cofradías cuyos
miembros eran únicamente clérigos, si bien las más numerosas fueron aquellas de
laicos. Las palabras de Teófanes de Egido a este respecto son más que
reveladoras:
“Trento, en consecuencia, consagró una
mentalidad eminentemente clerical como réplica al sacerdocio universal y a la
negación de los votos, de la vida consagrada, por parte de los protestantes. En
esta confrontación para confesar el valor meritorio de las obras, el
catolicismo acentuó aún más las penitencias, las peregrinaciones, la heroicidad
de las virtudes, los milagros. La negación protestante del purgatorio se
compensó con el hambre de indulgencias, con misas innumerables por los
difuntos; el barrido de mediaciones, con el culto a la Virgen , a los santos, a sus
reliquias, con la consiguiente explosión plástica y desbordante del Barroco”[10].
La religiosidad popular comenzaba
a definirse a través de dos vías fundamentales: las cofradías y la devoción a la Virgen , como respuesta y
modelo de evangelización[11]. Las
directrices del Concilio de Trento marcaron un hito importante en la
potenciación de la conmemoración de la Pasión , Muerte y Resurrección de Jesús, y las
cofradías penitenciales en este caso fueron un arma eficaz para conseguir
aquello que Trento postulaba. Es ese siglo XVI el momento de creación de las
primeras cofradías, casi siempre vinculadas a los viejos gremios[12], aunque
también se potencian aquellas existentes, de orígenes medievales. Estas
primitivas hermandades, de la
Vera Cruz en Castilla y de la Sangre en Aragón[13],
estaban regidas por el mismo espíritu de austeridad de la Contrarreforma , si
bien con el tiempo se configurarán las cofradías barrocas con todo el aparato y
con la consolidación de un enorme patrimonio artístico, buscando la fastuosidad
y la monumentalidad tanto en los desfiles procesionales como en su vida
interna, construyendo templos y capillas propias, y convirtiendo la estación de
penitencia en una fiesta profana llena de bullicio. Además, deben contemplarse
las cofradías de disciplinantes, de tanto arraigo en el panorama nacional y que
Trento favoreció especialmente ya que eran “un importante medio para la
formación de devociones y la reparación de las culpas”[14]. Por
tanto, la cofradía es el cauce de la religiosidad en la que se entremezcla lo
religioso y lo lúdico al mismo tiempo, convirtiéndose así en una suerte de
estructura por la que el hombre del siglo XVI y momentos posteriores puede
olvidar los vínculos de dependencia que dominaban su existencia sintiéndose
útil a través de las diversas funciones que cubren[15].
También el
espíritu de Trento tuvo un impacto en otra clase de cofradías, como son las
destinadas al culto de la
Eucaristía. Aunque hubo asociaciones de este tipo anteriores
a este tiempo, la verdad es que su definitiva institucionalización vino con el
sínodo diocesano de 1569, que presidió el obispo don Gregorio Gallo. En él se
dispuso que se crearan las cofradías eucarísticas en las parroquias en las que
no las hubiera, siguiéndose el modelo de la Confraternità del Ss. Sacramento en Santa Maria sopra
Minerva en Roma[16], por
lo que el nombre que recibieron estas primeras hermandades fue el de Minervas. Éstas practicaban la devoción
a la Eucaristía ,
fuera de la comunión de la Misa ,
además de acompañar el viático a los enfermos y el mantenimiento de la luz
perpetua. Asimismo, se conminaba a la población a pertenecer de una forma
activa a estas asociaciones laicas, si bien las autoridades eclesiásticas
debían ratificarlas y aprobar sus estatutos y constituciones, según el Concilio
de Trento había dispuesto en el capítulo 8 de la sesión XXII[17]. A
estas disposiciones sinodales deben sumarse aquellos decretos y leyes que
salieron directamente de la
Corona o desde el Gobierno de la nación desde tiempos
medievales, que venían a institucionalizar esta tradición religiosa tan
típicamente hispánica[18].
El caso de la
entonces villa de Elche no resulta ni extraordinario ni paradigmático, pues por
tales fechas se produce el surgimiento de más y más cofradías con idéntica
denominación en esta zona –Cofradía de la Preciosísima Sangre
de Cristo–, si bien a ella se sumarán más tardíamente la Cofradía de la Asunción de Nuestra
Señora, fundada en pleno siglo XVI con el fin de llevar a cabo las
celebraciones de agosto –lo que actualmente se conoce con el nombre de Misterio
de Elche–, además de ocuparse de los cultos y el cuidado tanto de la talla de la Patrona ilicitana como de
su ajuar[19]. A estas dos
corporaciones se añadirían, aunque apenas se sabe nada de ellas, la cofradía
del Socorro y la
Misericordia y la cofradía del Corazón de Jesús[20].
[1] Es interesante en ese
sentido señalar el trabajo de J. CASTAÑO GARCÍA, “La festa del Corpus Christi a
Elx”, La Rella , nº 16. Elche, 2003, pp. 149-179. De
ella dice Ibarra que “era la principal de las que celebraba la villa de Elche”
(P. IBARRA RUIZ, Historia de Elche.
Alicante, 1895, p. 115).
[2] El panorama del siglo XIX
puede verse en A. CAÑESTRO DONOSO, “El despertar de las cofradías en Elche en
el siglo XIX: entre la
Ilustración y el Neocatolicismo”, Semana Santa de Elche. Elche, 2012, pp. 87-94. Muchos de los datos
que apoyan este presente texto están extraídos de ese trabajo y, por ello, se
recomienda su lectura, aunque se trata de un capítulo posterior al que se
aborda en estas páginas.
[3]
Es de preceptiva consulta Sacrosanctum
Oecumenicum Concilium Tridentinum en cualquiera de sus ediciones, aunque
aquí se ha trabajado con la publicada en 1760.
[4]
Puede verse al respecto SEBASTIÁN LÓPEZ, Santiago, Contrarreforma y Barroco. Madrid, 1989 y otros estudios que se irán
citando en las notas al pie.
[5]
Conviene hacer una aclaración de este punto, antes de entrar en otras
consideraciones: la Iglesia
se vio obligada a definirse en el Concilio de Trento ante los ataques de los
protestantes a la Eucaristía
y, concretamente en la sesión XIII, se expone en once cánones la obligación de
aceptar las doctrinas de la
Iglesia. Trento concluye que la Eucaristía es el
símbolo de la unidad y de la caridad de los cristianos y en ella se encuentra Cristo como Dios y como Hombre. Por
tanto, la adoración del Santísimo Sacramento es consecuencia de la real
presencia de Cristo en la
Eucaristía , postulándose además en los Decretos que debía
hacerse finalmente la reserva in sacrario.
El templo es el lugar donde Cristo está presente a través del Sacramento y las
diferentes Diócesis de nuestro país harán hincapié en la adoración al Santísimo
y su exposición, para lo que necesitarán custodias y tabernáculos.
[6]
Son de interés para ampliar este apartado TRENS, Manuel, Las custodias españolas. Barcelona, 1952, y HERNMARCK, Carl, Custodias procesionales en España.
Madrid, 1987.
[7]
Para constatar la influencia de Trento en la ciudad de Elche puede consultarse
CAÑESTRO DONOSO, Alejandro, “El impacto de la Contrarreforma en
las platerías parroquiales de Elche: notas para su investigación y estudio”, Sóc per a Elig nº 20. Elche, 2009, pp.
105-111.
[8] Este aspecto ha sido
analizado con detalle en J. C. ARBOLEDA GOLDARACENA, “Contrarreforma y
religiosidad popular en Andalucía”, Tiempos
modernos: revista electrónica de Historia Moderna, nº 20. 2010.
[9] Idem, p. 29.
[10] Las
claves de la Reforma
y la Contrarreforma
(1517-1648). Barcelona, 1991, p. 97.
[11] Respecto al culto a la Virgen y los santos, “en
relación a cuyos dogmas se extiende concepciones y expresiones hasta incluso
blasfemias, la
Contrarreforma intentó renovarse creando asociaciones
piadosas contra dichos ataques (A. HEVIA BALLINA, “Las cofradías en la vida de la Iglesia : un mundo de
comunicación para la piedad y la caridad. Hacia un censo de documentación de
Cofradías de la Iglesia
en España”, en VV.AA., Memoria Ecclesiae,
tomo I. Barcelona, 1990, p. 97).
[12] No en vano, estas cofradías suponen
“la prolongación del gremio medieval en cuanto que se configuran como
asociaciones no sólo profesionales sino también religiosas” (P. MARTÍNEZ-BURGOS
GARCÍA, Ídolos e imágenes. La
controversia del arte religioso en el siglo XVI español. Valladolid, 1990,
p. 58),
[13] Esta advertencia ya fue señalada muy
oportunamente por J. SÁNCHEZ HERRERO, Historia
de la Iglesia
en España e Hispanoamérica. Madrid, 2008, p. 206. Además, indica que las
primeras procesiones debieron ser “sencillas, escuetas, sin música”, la noche
del Jueves al Viernes Santo.
[14] G. LLOMPART, “Desfile iconográfico
de penitentes españoles (XVI-XIX)”, Revista
de Dialectología y Tradiciones, tomo XXV. Madrid, 1969, p. 49.
[15] Este aspecto ha sido tratado de
forma pormenorizada por P. MARTÍNEZ-BURGOS GARCÍA, Ídolos e imágenes…, ob. cit., p. 61.
[16] H. JEDIN, Manual de Historia de la
Iglesia , tomo V. Barcelona, 1972, p. 767.
[17] A. L. GALIANO PÉREZ, Cofradías y otras asociaciones religiosas en
Orihuela, en la Edad
Moderna. Orihuela, 2005, p. 72. “Quedaba, por tanto, claro
después de Trento que el obispo tenía la obligación y el derecho de visitar a
las cofradías, como tales instituciones religiosas. Éstas estaban obligadas a
presentar sus cuentas”.
[18] Este panorama ha sido estudiado en
A. CAÑESTRO DONOSO, “El despertar de las cofradías en Elche en el siglo XIX:
entre la Ilustración
y el Neocatolicismo”, Semana Santa de
Elche. Elche, 2012, pp.89-90.
[19] En este punto es interesante la
lectura de J. CASTAÑO GARCÍA, L’organització
de la Festa
d’Elx a través dels temps. Valencia, 1997, p. 35 y ss.
[20] “También se creó la Cofradía del Socorro y la Misericordia , bajo la
protección de la Virgen
de la Asunción ,
Patrona de Elche, basada en que muchos perecen de hambre porque imposibilitados
no pueden salir a pedir limosna; que otros, con poco temor de Dios, se
alimentan de ellas, huyendo del trabajo; que muchas pobres mujeres se hallan
precisadas de la pobreza a pedir limosna, saliendo por las calles de noche, de
cuya ocasión se pueden seguir malas consecuencias, y que el Hospital, con sus
cortas rentas, no puede acudir a los pobres enfermos que recurren a él. Para
obviar, en lo posible, tantos inconvenientes y necesidades se fundó esta
Cofradía. En febrero de 1735 surge la Cofradía del Corazón de Jesús, que se fundó en
esta villa a consecuencia de la venida de los Misioneros Jesuitas a esta villa”
(A. RAMOS FOLQUÉS¸ Historia de Elche.
Elche, 171, p. 185).
[21] Este dato es aportado en J. CASTAÑO
GARCÍA, Les festes d’Elx des de la
història. Alicante, 2010, p. 98, aunque se apoya en el primitivo texto de
Cristóbal Sanz (1621).
[22] Un estudio de los mismos es ofrecido
por J. CASTAÑO GARCÍA, Les festes d’Elx…,
ob. cit., p. 100 y ss.
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