ARTE EUCARÍSTICO: EL TABERNÁCULO DE LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA (ALICANTE)
Alejandro Cañestro
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Desde los propios finales del Concilio de Trento, y en
una acción muy impulsada por los escritos del cardenal Borromeo, fueron
desmontándose todos aquellos elementos que codificaran la visión del altar
mayor, tales como los coros que ocupaban las naves de las iglesias, con el fin
de eliminar todo aquello que impidiera la visión total y completa de la mesa
del sacrificio, que debía contemplarse desde cualquier punto de vista y, muy
especialmente, la Eucaristía que se exponía en el tabernáculo[1]. El mismo
cardenal Borromeo ya ordenó que el tabernáculo fuera colocado en el centro del
altar mayor[2], el cual debía ocupar a su vez el centro del ábside de manera destacada
levantado sobre una escalinata que lo hacía aún más visible. En territorio
español esta tendencia de ubicar el tabernáculo exento en el centro de la
capilla mayor presenta una doble vertiente, por un lado la andaluza[3], con
ejemplos tan paradigmáticos como el original de la catedral de Granada[4] cuya
concepción del espacio servirá de modelo para las catedrales de Guadix o
Almería con idéntico modelo y, por otro lado, la variante de la Corte y, por
tanto, unida a lo herreriano, como son los templos de la catedral de
Valladolid, la iglesia de Santa María de la Alhambra[5] y la iglesia de las Bernardas de Alcalá de Henares[6], los cuales
presentan asimismo templetes exentos en plena sintonía con lo auspiciado por
aquél momento.
Algo de esos modelos, y también influido
por las palabras del arzobispo Aliaga[7], se llevó a la arquitectura contrarreformista de nuevo cuño de la diócesis
de Orihuela, sobre todo en la colegiata de San Nicolás (Alicante) y la iglesia
de Santa María (Elche) al disponer sus respectivos templetes aislados en el
centro del ábside siguiendo claramente el alegato contrarreformista de la
exaltación eucarística, si bien se dieron otras ocasiones en que esos
tabernáculos hubieron de adaptarse a la arquitectura preexistente, como en la
catedral de Orihuela o la también oriolana iglesia de Santiago, para las que se
plantearon en el último tercio del siglo XVII, momento en que surgen todos los
templetes en los templos de la diócesis, sendos tabernáculos en los que se
expusiera perennemente la Eucaristía al hilo de lo que se había comenzado a
practicar en el primigenio modelo granadino.
Estos templetes o tabernáculos,
aunque en ocasiones se llega a confundir su función o su nomenclátor con el
propio sagrario por la doble significación de ser trono de Cristo y evocar el
Templo de Salomón[8], constituyen una tipología que ciertamente es inusual en España,
únicamente aplicada a grandes templos, y mucho más en las zonas periféricas
como la diócesis oriolana ante el protagonismo que conoció el retablo, mucho
más efectista y con más posibilidades de mostrar pinturas y esculturas que
descifraran un mensaje determinado, por lo que, de entrada, la presencia de
algunos templetes en la zona oriolana, en el sureste español, resulta, cuanto
menos, excepcional y extraordinaria no solamente por su presencia en el
epicentro del culto sino también por su configuración y materiales,
generalmente de planta central con mármoles[9] y otros embutidos, materiales justificados plenamente por las ideas
contrarreformistas, con aditamentos de ricas materias, cuando no se prefirió la
madera policromada y bien adornada como en la iglesia de Santa María
(Alicante), para la cual se hace en el siglo XVIII un templete cerrado.
Su carácter
especial y extraordinario explica que únicamente se contara con tabernáculos en
pocos templos de la diócesis, si bien tales templos no fueron iglesias sin más
sino que el templete tuvo su acomodo en la catedral, la colegiata, la iglesia
de Santiago (Orihuela), la de Santa María (Alicante) y Santa María (Elche), es
decir, los grandes templos de la diócesis merced a sus altos rangos eclesiales,
a veces unido a un retablo pero en otras ocasiones exento.
Tabernáculo.
En el año 1766, y dentro de esa Contrarreforma retardada que en la diócesis de Orihuela adquiere una particular pujanza, se aprobaría la realización de un tabernáculo
para la iglesia tardogótica de Santa María (Alicante), al amparo de las ideas de exaltación
del culto a la Eucaristía promovido desde el Concilio de Trento. Este magnífico
templete, que recoge los ecos italianizantes que dominaban el panorama
artístico alicantino en el siglo XVIII, fue encargado al mismo tallista Pascual
Valentí[10], quien remataría la pieza en 1769 con la colocación de la cúpula, siendo
más tarde dorado por Agustín Espinosa. En sí, el tabernáculo, de tamaño mediano
por las mismas razones que lo fue el de San Nicolás, es una estructura de
madera dorada que arranca directamente desde la mesa de altar que hiciera en
1754 Vicente Mingot, sobre la que dispone un basamento octogonal, con cuatro
lados ocupados por ménsulas pareadas, sobre las que apoyan las columnas del
primer cuerpo, mientras que en los otros cuatro lados, de forma cóncava, se
ubican escudos de rocalla. Los pares de columnas corintias en las esquinas
soportan un entablamento recto, curvado únicamente en la zona central para
albergar una cartela con el Cordero místico sobre el Libro de los Siete Sellos
en medio de un rompimiento de nubes, que trata de imitar la disposición del
cuerpo inferior de la portada principal. El entablamento, en los otros tres
lados, se dispone de igual manera, si bien la cartela únicamente presentará
decoración a base de nubes y ángeles. El baldaquino se ve bellamente rematado
por una decoración abigarrada de ángeles de bulto en los ejes de las columnas
inferiores y otros elementos vegetales, amén de las rocallas, casi
protagonistas de la pieza, para coronarse con una cúpula sostenida por cuatro grandes volutas, sobre
la que se encuentra de nuevo el Cordero, las Tablas de la Ley y un cáliz con la
Sagrada Forma. Recuerda este tabernáculo algunas láminas italianas del último tercio
del siglo XVII, especial y nuevamente las de Giuseppe Galli Bibiena, sobre todo
por la presencia de las columnas pareadas dispuestas diagonalmente en las
esquinas.
Vista lateral del tabernáculo.
[1] La
justificación del panorama de los templos eucarísticos en España ha sido
tratada con minuciosidad por A. RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, “Liturgia y
culto en las iglesias de Palladio”, Anuario
del Departamento de Historia y Teoría del Arte, vol. VII-VIII. Madrid,
1996, pp. 51-67 y G. RAMALLO ASENSIO, “El templo como espacio eucarístico”, en
VV. AA., Mane Nobiscum. Camino de Paz.
Orense, 2005, pp. 47-58. En capítulos anteriores se ha aludido ya a esta
condición netamente contrarreformista de la concepción eucarística de las
iglesias por lo que no se redunda en ello.
[2] “Es necesario que el tabernáculo de la Santísima
Eucaristía se coloque en el altar mayor, en este lugar conviene que se haga
alguna instrucción acerca de él. Primeramente, cuando se puede, es adecuado que
en las iglesias más insignes, aquél se haga de láminas argénteas o broncíneas,
y las mismas doradas, o del mármol más precioso. Este tabernáculo,
brillantemente elaborado y aptamente bien unido entre sí, esculpido igualmente
con pías imágenes de los misterios de la pasión de Cristo Señor, y decorado,
mediante el juicio de un varón perito, con artificios de oro en ciertos
lugares, exhiba la forma de ornato religioso y venerable. En cambio, por dentro
debe ser recubierto completamente con tablas de álamo, o de otra clase con tal
que la Santísima Eucaristía con aquél revestimiento sea defendida completamente
de la humedad que sale del género de metal o de mármol. Donde el tabernáculo no
se haga de ese modo, entonces constrúyase con tablas no de nogal u otras que
originan humedad, sino de álamo o símiles pulidamente elaboradas y las mismas
adornadas con una escultura de imágenes religiosas, como arriba, y doradas las
mismas. Amplio, según la dignidad y la magnitud o tipo de la iglesia en cuyo
altar mayor debe colocarse. La forma, octogonal o redonda, en la medida que
parezca más elegante y religiosamente apropiada para la forma de la iglesia. En
la parte superior del tabernáculo esté la imagen de Cristo, resurgiendo
gloriosamente o mostrando las sacras heridas; o, si en el altar de una iglesia
pequeña, por la ocupación del tabernáculo no puede haber un lugar conveniente
para la cruz, la cual se colocaría de otra manera sobre él, ésa fíjese
perpetuamente en lugar de otra sacra imagen en la parte alta del tabernáculo, o
alguna vez arréglese movible con decoro para las procesiones, con una sacra
efigie de Cristo crucificado unida. Además, el mismo tabernáculo adhiérase fijo
bien firmemente apoyado sobre la fuerza de la base adornada del altar, o
sustentado con las firmes gradas del altar, confeccionadas decorosamente, o con
estatuas de ángeles u otros sostenes que exhiben un adorno religioso; incluso
protéjase muy bien con llave. Sobresalga colocando lejos del frente del altar,
no menos de un codo y dieciséis pulgadas, en tal forma que el corporal pueda
expandirse y, cuando alguna vez se necesite, se ponga cómodamente en una caja
de boj en el altar; y que no diste en tal forma que para sacar la sacra
Eucaristía haga falta al sacerdote también una grada de madera, a no ser que la
condición del sitio y de aquella estructura exija otra cosa” (E. I. ESTRADA DE
GERLERO, Instrucciones de la fábrica y
del ajuar eclesiásticos de San Carlos Borromeo. México, 1985, pp. 18-20).
[3] A
este respecto se hace obligatoria la consulta del estudio de J. RIVAS CARMONA,
“Los tabernáculos del Barroco andaluz”, Imafronte,
nº 3-4-5. Murcia, 1989, pp. 157-186.
[4] En
este caso es obligatoria la cita del libro de E. E. ROSENTHAL, La Catedral de Granada. Un estudio sobre el
Renacimiento español. Granada, 1990. Aunque se pensó en el mármol para
labrar este templete, se desechó dicho material como vil, eligiéndose la madera
dorada como más conveniente. Así se señala en actas del Cabildo Catedralicio de
6 y 10 de octubre de 1559 (pp. 213-214). El papel pionero de este templete
granadino también ha sido resaltado por A. BONET CORREA, “Retablos del siglo
XVII en Puebla”, Archivo Español de Arte.
Madrid, 1963, p. 244 y del mismo autor “Valoración urbana y artística de
Antequera”, prólogo al libro de J. M. FERNÁNDEZ, Las iglesias de Antequera. Antequera, 1971, p. 42.
[5] Se
planteó un templete exento para la catedral vallisoletana “para acercar el
altar al pueblo al objeto de que fuese visible desde cualquier punto del
crucero; pero ello era comprensible en los vastos recintos de las catedrales o
de otras iglesias de gran amplitud, pero no en la pequeña parroquia de Santa
María de la Alhambra, donde los pocos fieles que en ella cabrían podrían
visualizar el altar aunque estuviese colocado al fondo del presbiterio” (A.
RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, “Liturgia y culto en las iglesias…”, ob. cit.,
p. 47). Puede verse del mismo autor “La arquitectura religiosa de Juan de
Herrera y la Contrarreforma”, en VV.AA., Juan
de Herrera y su influencia. Santander, 1993, pp. 198 y ss. Para el caso de
la iglesia de Santa María de la Alhambra, es de consulta el trabajo de J. M.
GÓMEZ-MORENO CALERA, La arquitectura
religiosa granadina en la crisis del Renacimiento. Granada, 1989, pp. 142 y
ss.
[6] “En
el templo de las monjas bernardas de Alcalá de Henares se percibe especialmente
este efecto porque el eje mayor de la elipse apunta unívocamente hacia el
tabernáculo exento que preside la capilla mayor…el enorme tabernáculo
eucarístico aislado –al que sin embargo se adosa la mesa del altar– fue
excepcional por aquellas fechas en España; fue fabricado por el jesuita
Francisco Bautista” (A. RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, “Liturgia y culto en
las iglesias…”, ob. cit., p. 51). Sobre esta iglesia pueden consultarse los
libros de A. BONET CORREA, Iglesias
madrileñas del siglo XVII. Madrid, 1961 y C. RÓMAN PASTOR, Sebastián de la Plaza, alarife de la Villa
de Alcalá de Henares. Alcalá de Henares, 1979. También V. TOVAR MARTÍN,
“Juan Gómez de Mora, arquitecto y trazador del Rey y maestro mayor de obras de
la villa de Madrid”, en VV. AA., Juan
Gómez de Mora (1586-1648). Madrid, 1986, pp. 93 y ss. Respecto a la
significación de su planta oval son importantes los estudios de A. RODRÍGUEZ G.
DE CEBALLOS, “Entre el Manierismo y el Barroco: iglesias españolas de planta
ovalada”, Goya, nº 177. Madrid, 1983
y “La planta elíptica: de El Escorial al Clasicismo español”, Anuario del Departamento de Historia y
Teoría del Arte, vol. II. Madrid, 1990.
[7]
Aliaga indica que una de las modalidades de exponer al Santísimo era en esos
templetes que debían ocupar la base del retablo mayor, de planta cuadrada u
octogonal, dorado, rematado por una cruz, bien rodeado de cortinajes (F.
PINGARRÓN, Las advertencias para los
edificios y fábricas de los templos del sínodo del arzobispo de Valencia
Isidoro Aliaga en 1631. Estudio y transcripción. Valencia, 1995, pp.
65-67).
[8] Ello
es puesto de relevancia en J. A. SÁNCHEZ LÓPEZ, Historia de una utopía estética: el proyecto de tabernáculo para la
catedral de Málaga. Málaga, 1995, especialmente el capítulo I,
“Arquitectura y simbolismo del tabernáculo”, pp. 21-25. Ese aspecto también es
tratado en J. RIVAS CARMONA, “Los tabernáculos del Barroco andaluz”, Imafronte, nº 3-4-5. Murcia, 1989, pp.
157-186. Para este último autor, los tabernáculos “daban la imagen del
tabernáculo que Dios plantó entre los hombres, incluso desde su propio trazado
al conjugarse en ellos cuadrado, en planta, y círculo, en cúpula de remate…La
misma presencia eucarística bajo ese dosel viene a completar el simbolismo.
Son, pues, como el trono de Dios en la Tierra y así eran considerados en
aquella época” (pp. 159-160). Debe consultarse asimismo el interesante trabajo
de J. GONZÁLEZ TORRES, “El tabernáculo. Hito sacramental y referente espacial
en las catedrales andaluzas”, en G. RAMALLO ASENSIO (coord.), El comportamiento de las catedrales
españolas. Del Barroco a los Historicismos. Murcia, 2003, pp. 313 y ss.
[9] La
presencia del mármol en la Edad Moderna, después de los grandes ejemplos del
XVI, estará unida a la Contrarreforma, pues ella “propició un sorprendente
esplendor como recurso clave para la exaltación de lo sagrado ante los ojos de
los fieles. De aquí no extraña que el ajuar destinado al culto se cuidara y
enriqueciera con denodado empeño” lo que explica que el éxito de los mármoles,
“que en sus cualidades otorgaban policromía y brillo, incluso sus embutidos se
asimilan a los engarces de la joyería, además de contribuir a la exaltación de
la nobleza y del empaque de la creación artística” (J. RIVAS CARMONA, “La
significación de los mármoles en el Barroco andaluz”, en A. J. MORALES MARTÍNEZ
(coord.), Congreso Internacional
Andalucía Barroca, vol. I. Antequera, 2009, pp. 209-224). Ello se pone en
relación con la estética un tanto neomedieval que ya advirtió Wittkower en las
capillas Sixtina y Paolina pues “mármoles de colores, oros y piedras preciosas
se combinan para causar una impresión de deslumbrante esplendor que supera los
efectos de color” pues, al decir de Molanus, “la iglesia, imagen del cielo en
la tierra, debía estar decorada con los más preciados tesoros que hubiera” (R.
WITTKOWER, Arte y Arquitectura en Italia
1600-1750. Madrid, 1979, p. 29).
[10] Martínez Morellá atribuyó la obra a Valentí y la
fechó en 1754 (V. MARTÍNEZ MORELLÁ, Alicante
monumental. Alicante, 1963, p. 36), mientras que Navarro aporta toda la
documentación (Cfr. R. NAVARRO MALLEBRERA, “El escultor Pascual Valentí y la
remodelación del presbiterio de Santa María de Alicante”, Revista del Instituto de Estudios Alicantinos, nº 16. Alicante,
1976). Con todo, se ha dicho que “su obra más importante fue la decoración del
presbiterio de Santa María” pues Valentí “proyectó el más bello conjunto rococó
de la provincia” (R. NAVARRO MALLEBRERA e I. VIDAL BERNABÉ, “Arte”, en A.
MESTRE SANCHÍS (dir.), Historia de la
provincia de Alicante, t. IV. Murcia, 1985, pp. 482-483). Asimismo, cabe
señalar que realizó entre 1763 y 1766 “varias esculturas para la iglesia, que
han desaparecido. En 1765 trazó la planta y redactó los capítulos para el
arrendamiento de dos tornavoces, que posteriormente se adjudicarían en pública
subasta”, además de ejecutar en 1769 “las cartelas que sostienen las lámparas
del Altar mayor”.
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