sábado, 30 de marzo de 2013

Fe y Contrarreforma: las cofradías en el Barroco

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CAÑESTRO DONOSO, A., “Fe y Contrarreforma: las cofradías en el Barroco”, Semana Santa 2013. Elche, 2013, pp. 85-88.
 
Fe y Contrarreforma: las cofradías en el Barroco
Alejandro Cañestro

El punto de partida de la historia de la Semana Santa en general y de la de Elche en particular bien podría situarse en los lejanos años de la Edad Media aunque, según se sabe, tuvo dos momentos de esplendor que la configuraron y la definieron: el siglo XVI y el siglo XIX. Ciertamente, poco se conoce de aquellas primitivas corporaciones de origen medieval vinculadas a los gremios profesionales, incluida la cofradía del Corpus Christi, que realmente era la festividad más celebrada y más solemne de cuantas existían en la entonces villa ilicitana[1]. Por el contrario, más conocido es el episodio producido en el XIX con la eclosión de más y más cofradías al amparo de un movimiento no oficial que pretendía regenerar el Catolicismo, fenómeno que se produjo en los años centrales de dicha centuria[2]. Es decir, los dos grandes momentos de la religiosidad popular ilicitana vendrían al compás de dos hitos históricos de gran magnitud: en primer lugar, por la Contrarreforma del siglo XVI y su profunda huella y, posteriormente, por la regeneración vivida en época de Isabel II y Alfonso XII. Pero tales hitos y sus correspondientes sucesos a menor escala tuvieron, evidentemente, su justificación histórica y religiosa, diluyéndose muchas veces la frontera entre ambas.

 

En 1563 se concluía el último decreto del Concilio de Trento[3] y, con él, se iniciaba un periodo de redefinición de la doctrina de la Iglesia Católica y, por extensión, del arte cristiano[4]: la Contrarreforma, también llamada Reforma católica. Algunas de las disposiciones contrarreformistas promovían un mayor culto a la Virgen, a los santos y, en especial, a la Eucaristía[5], algo que quedará muy patente en aquellas manifestaciones artísticas alusivas a tal Sacramento, caso de las custodias[6]. La Misa tridentina se determina como sacrificio y Sacramento y, por consiguiente, la mesa de Altar se verá resaltada a partir de este momento con un despliegue increíble que ejemplifica de manera notoria la relevancia que adquiere el presbiterio[7]. Sin duda, todos los ámbitos del espacio sagrado acusarán de una forma evidente los decretos emanados de Trento, comenzando así una etapa de gran esplendor, el Barroco, donde más que nunca el arte queda al servicio de la religión.

 

Sin duda, una gran importancia recaerá en los programas que auspicia el Concilio de Trento, basados en tres grandes pilares. El primero de ellos es la Eucaristía, que sufrirá una necesaria actualización y, en consecuencia, un inesperado protagonismo que se efectuará no sólo en las ceremonias litúrgicas sino también en la promoción y el uso del arte destinado a la exaltación de tal Sacramento, ya que sean capillas, sagrarios, tabernáculos o custodias, con toda una serie de realizaciones en este sentido con la que se demuestra el carácter verdaderamente ejemplar con que fueron recibidas las disposiciones de Trento, sin olvidar el capítulo de la celebración del Corpus Christi. A estos actos deben sumarse otras solemnidades que reflejan de forma notoria el relevante papel de la devoción: es el caso de la Semana Santa y todo lo que la rodea.

 

Otra de las devociones que promovió Trento fue el culto a la Virgen, como redentora, desechando la creencia aniconista pues mediante las imágenes se podía acceder directamente a la divinidad o, lo que es lo mismo, que la divinidad participaba de las tallas, sirviendo principalmente para orientar la fe. Se busca un mayor realismo pero también tienen mucho que ver el teatro y las tramoyas, pues el Barroco despliega su fantasía en un intento de mostrar un mundo de ilusión que permita evadir la mente humana de este mundo terrenal y la traslade a otro más metafísico. Es el momento de los retablos de orden único y monumental, que incorporan camarines en sus edículos principales. La Contrarreforma también propició el culto a los santos y a sus reliquias, por lo que se vive a partir de entonces un fenómeno, con respecto a los restos materiales de los santos, que no tiene parangón, fomentándose así la realización de relicarios, rutas de reliquias y capillas consagradas a los santos.

 

Las cofradías son un instrumento institucional muy relevante, en tanto que fueron agentes externos al seno de la Iglesia en la implantación y el desarrollo de esos valores de la Contrarreforma y tuvieron muy distintos objetivos y acciones, si bien el culto a una imagen de Cristo, la Virgen o los santos fue su principal misión, así como su cuidado y la realización de cuantos actos se programasen para venerarla. Evidentemente, las procesiones fueron muy importantes y ocuparon lugares destacados entre los objetivos de las hermandades, dado su carácter de catequesis y pedagogía al mostrar un determinado paso que debía tomarse como modelo de referencia. Incluso podían darse cofradías eucarísticas, que desempeñaron un gran papel junto a las de los santos patronos de cada localidad.

 

Por tanto, al sentido catequético y doctrinal se unía el de la veneración y el culto, enraizado en lo que se denominaba “religiosidad popular”, en ocasiones afín a la superchería y lejana de la fe. En este sentido, el Concilio de Trento, pretendiendo la pureza de la liturgia y del culto, sugirió la depuración de las cofradías[8] mediante la reforma de la piedad popular, “alejada enormemente de la jerarquía eclesiástica debido a la centralización burocrática medieval”[9]. El clero, en su nueva situación, empezó a mostrar interés por estas instituciones una vez reformadas, hasta el punto en que llegaron a erigirse cofradías cuyos miembros eran únicamente clérigos, si bien las más numerosas fueron aquellas de laicos. Las palabras de Teófanes de Egido a este respecto son más que reveladoras:

 

“Trento, en consecuencia, consagró una mentalidad eminentemente clerical como réplica al sacerdocio universal y a la negación de los votos, de la vida consagrada, por parte de los protestantes. En esta confrontación para confesar el valor meritorio de las obras, el catolicismo acentuó aún más las penitencias, las peregrinaciones, la heroicidad de las virtudes, los milagros. La negación protestante del purgatorio se compensó con el hambre de indulgencias, con misas innumerables por los difuntos; el barrido de mediaciones, con el culto a la Virgen, a los santos, a sus reliquias, con la consiguiente explosión plástica y desbordante del Barroco”[10].

 

La religiosidad popular comenzaba a definirse a través de dos vías fundamentales: las cofradías y la devoción a la Virgen, como respuesta y modelo de evangelización[11]. Las directrices del Concilio de Trento marcaron un hito importante en la potenciación de la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, y las cofradías penitenciales en este caso fueron un arma eficaz para conseguir aquello que Trento postulaba. Es ese siglo XVI el momento de creación de las primeras cofradías, casi siempre vinculadas a los viejos gremios[12], aunque también se potencian aquellas existentes, de orígenes medievales. Estas primitivas hermandades, de la Vera Cruz en Castilla y de la Sangre en Aragón[13], estaban regidas por el mismo espíritu de austeridad de la Contrarreforma, si bien con el tiempo se configurarán las cofradías barrocas con todo el aparato y con la consolidación de un enorme patrimonio artístico, buscando la fastuosidad y la monumentalidad tanto en los desfiles procesionales como en su vida interna, construyendo templos y capillas propias, y convirtiendo la estación de penitencia en una fiesta profana llena de bullicio. Además, deben contemplarse las cofradías de disciplinantes, de tanto arraigo en el panorama nacional y que Trento favoreció especialmente ya que eran “un importante medio para la formación de devociones y la reparación de las culpas”[14]. Por tanto, la cofradía es el cauce de la religiosidad en la que se entremezcla lo religioso y lo lúdico al mismo tiempo, convirtiéndose así en una suerte de estructura por la que el hombre del siglo XVI y momentos posteriores puede olvidar los vínculos de dependencia que dominaban su existencia sintiéndose útil a través de las diversas funciones que cubren[15].

 

También el espíritu de Trento tuvo un impacto en otra clase de cofradías, como son las destinadas al culto de la Eucaristía. Aunque hubo asociaciones de este tipo anteriores a este tiempo, la verdad es que su definitiva institucionalización vino con el sínodo diocesano de 1569, que presidió el obispo don Gregorio Gallo. En él se dispuso que se crearan las cofradías eucarísticas en las parroquias en las que no las hubiera, siguiéndose el modelo de la Confraternità del Ss. Sacramento en Santa Maria sopra Minerva en Roma[16], por lo que el nombre que recibieron estas primeras hermandades fue el de Minervas. Éstas practicaban la devoción a la Eucaristía, fuera de la comunión de la Misa, además de acompañar el viático a los enfermos y el mantenimiento de la luz perpetua. Asimismo, se conminaba a la población a pertenecer de una forma activa a estas asociaciones laicas, si bien las autoridades eclesiásticas debían ratificarlas y aprobar sus estatutos y constituciones, según el Concilio de Trento había dispuesto en el capítulo 8 de la sesión XXII[17]. A estas disposiciones sinodales deben sumarse aquellos decretos y leyes que salieron directamente de la Corona o desde el Gobierno de la nación desde tiempos medievales, que venían a institucionalizar esta tradición religiosa tan típicamente hispánica[18].

 

El caso de la entonces villa de Elche no resulta ni extraordinario ni paradigmático, pues por tales fechas se produce el surgimiento de más y más cofradías con idéntica denominación en esta zona –Cofradía de la Preciosísima Sangre de Cristo–, si bien a ella se sumarán más tardíamente la Cofradía de la Asunción de Nuestra Señora, fundada en pleno siglo XVI con el fin de llevar a cabo las celebraciones de agosto –lo que actualmente se conoce con el nombre de Misterio de Elche–, además de ocuparse de los cultos y el cuidado tanto de la talla de la Patrona ilicitana como de su ajuar[19]. A estas dos corporaciones se añadirían, aunque apenas se sabe nada de ellas, la cofradía del Socorro y la Misericordia y la cofradía del Corazón de Jesús[20].

 

La Cofradía de la Sangre de Cristo, la más antigua de las entidades pasionales de las existentes en Elche, fue fundada en 1581[21] si bien no será hasta entrado el siglo XVIII cuando se redacten sus estatutos[22]. Esta Cofradía aglutinaba varios pasos o escenas pasionales: Jesús atado a la columna, el Ecce Homo, Jesús Nazareno con la cruz a cuestas y la Virgen de la Soledad, que más tarde serían separados para formar corporaciones distintas. Según se ha visto, las circunstancias a nivel global que vivía la España de entonces contagiaron, como es notorio, al pueblo de Elche, que no tardó en fundar su cofradía de la Sangre, a la que le acompañarían la del Corpus, la de la Virgen de la Asunción y las otras dos restantes, explicándose así tal fenómeno. El resto de hermandades vendrían en los años centrales del siglo XIX, completando un conjunto pasional más que digno.

 



[1]              Es interesante en ese sentido señalar el trabajo de J. CASTAÑO GARCÍA, “La festa del Corpus Christi a Elx”, La Rella, nº 16. Elche, 2003, pp. 149-179. De ella dice Ibarra que “era la principal de las que celebraba la villa de Elche” (P. IBARRA RUIZ, Historia de Elche. Alicante, 1895, p. 115).
[2]              El panorama del siglo XIX puede verse en A. CAÑESTRO DONOSO, “El despertar de las cofradías en Elche en el siglo XIX: entre la Ilustración y el Neocatolicismo”, Semana Santa de Elche. Elche, 2012, pp. 87-94. Muchos de los datos que apoyan este presente texto están extraídos de ese trabajo y, por ello, se recomienda su lectura, aunque se trata de un capítulo posterior al que se aborda en estas páginas.
[3]              Es de preceptiva consulta Sacrosanctum Oecumenicum Concilium Tridentinum en cualquiera de sus ediciones, aunque aquí se ha trabajado con la publicada en 1760.
[4]              Puede verse al respecto SEBASTIÁN LÓPEZ, Santiago, Contrarreforma y Barroco. Madrid, 1989 y otros estudios que se irán citando en las notas al pie.
[5]              Conviene hacer una aclaración de este punto, antes de entrar en otras consideraciones: la Iglesia se vio obligada a definirse en el Concilio de Trento ante los ataques de los protestantes a la Eucaristía y, concretamente en la sesión XIII, se expone en once cánones la obligación de aceptar las doctrinas de la Iglesia. Trento concluye que la Eucaristía es el símbolo de la unidad y de la caridad de los cristianos y en ella se encuentra Cristo como Dios y como Hombre. Por tanto, la adoración del Santísimo Sacramento es consecuencia de la real presencia de Cristo en la Eucaristía, postulándose además en los Decretos que debía hacerse finalmente la reserva in sacrario. El templo es el lugar donde Cristo está presente a través del Sacramento y las diferentes Diócesis de nuestro país harán hincapié en la adoración al Santísimo y su exposición, para lo que necesitarán custodias y tabernáculos.
[6]              Son de interés para ampliar este apartado TRENS, Manuel, Las custodias españolas. Barcelona, 1952, y HERNMARCK, Carl, Custodias procesionales en España. Madrid, 1987. 
[7]              Para constatar la influencia de Trento en la ciudad de Elche puede consultarse CAÑESTRO DONOSO, Alejandro, “El impacto de la Contrarreforma en las platerías parroquiales de Elche: notas para su investigación y estudio”, Sóc per a Elig nº 20. Elche, 2009, pp. 105-111.
[8]              Este aspecto ha sido analizado con detalle en J. C. ARBOLEDA GOLDARACENA, “Contrarreforma y religiosidad popular en Andalucía”, Tiempos modernos: revista electrónica de Historia Moderna, nº 20. 2010.
[9]              Idem, p. 29.
[10]             Las claves de la Reforma y la Contrarreforma (1517-1648). Barcelona, 1991, p. 97.
[11]             Respecto al culto a la Virgen y los santos, “en relación a cuyos dogmas se extiende concepciones y expresiones hasta incluso blasfemias, la Contrarreforma intentó renovarse creando asociaciones piadosas contra dichos ataques (A. HEVIA BALLINA, “Las cofradías en la vida de la Iglesia: un mundo de comunicación para la piedad y la caridad. Hacia un censo de documentación de Cofradías de la Iglesia en España”, en VV.AA., Memoria Ecclesiae, tomo I. Barcelona, 1990, p. 97).
[12]             No en vano, estas cofradías suponen “la prolongación del gremio medieval en cuanto que se configuran como asociaciones no sólo profesionales sino también religiosas” (P. MARTÍNEZ-BURGOS GARCÍA, Ídolos e imágenes. La controversia del arte religioso en el siglo XVI español. Valladolid, 1990, p. 58),
[13]             Esta advertencia ya fue señalada muy oportunamente por J. SÁNCHEZ HERRERO, Historia de la Iglesia en España e Hispanoamérica. Madrid, 2008, p. 206. Además, indica que las primeras procesiones debieron ser “sencillas, escuetas, sin música”, la noche del Jueves al Viernes Santo.
[14]             G. LLOMPART, “Desfile iconográfico de penitentes españoles (XVI-XIX)”, Revista de Dialectología y Tradiciones, tomo XXV. Madrid, 1969, p. 49.
[15]             Este aspecto ha sido tratado de forma pormenorizada por P. MARTÍNEZ-BURGOS GARCÍA, Ídolos e imágenes…, ob. cit., p. 61.
[16]             H. JEDIN, Manual de Historia de la Iglesia, tomo V. Barcelona, 1972, p. 767.
[17]             A. L. GALIANO PÉREZ, Cofradías y otras asociaciones religiosas en Orihuela, en la Edad Moderna. Orihuela, 2005, p. 72. “Quedaba, por tanto, claro después de Trento que el obispo tenía la obligación y el derecho de visitar a las cofradías, como tales instituciones religiosas. Éstas estaban obligadas a presentar sus cuentas”.
[18]             Este panorama ha sido estudiado en A. CAÑESTRO DONOSO, “El despertar de las cofradías en Elche en el siglo XIX: entre la Ilustración y el Neocatolicismo”, Semana Santa de Elche. Elche, 2012, pp.89-90.
[19]             En este punto es interesante la lectura de J. CASTAÑO GARCÍA, L’organització de la Festa d’Elx a través dels temps. Valencia, 1997, p. 35 y ss.
[20]             “También se creó la Cofradía del Socorro y la Misericordia, bajo la protección de la Virgen de la Asunción, Patrona de Elche, basada en que muchos perecen de hambre porque imposibilitados no pueden salir a pedir limosna; que otros, con poco temor de Dios, se alimentan de ellas, huyendo del trabajo; que muchas pobres mujeres se hallan precisadas de la pobreza a pedir limosna, saliendo por las calles de noche, de cuya ocasión se pueden seguir malas consecuencias, y que el Hospital, con sus cortas rentas, no puede acudir a los pobres enfermos que recurren a él. Para obviar, en lo posible, tantos inconvenientes y necesidades se fundó esta Cofradía. En febrero de 1735 surge la Cofradía del Corazón de Jesús, que se fundó en esta villa a consecuencia de la venida de los Misioneros Jesuitas a esta villa” (A. RAMOS FOLQUÉS¸ Historia de Elche. Elche, 171, p. 185).
[21]             Este dato es aportado en J. CASTAÑO GARCÍA, Les festes d’Elx des de la història. Alicante, 2010, p. 98, aunque se apoya en el primitivo texto de Cristóbal Sanz (1621).
[22]             Un estudio de los mismos es ofrecido por J. CASTAÑO GARCÍA, Les festes d’Elx…, ob. cit., p. 100 y ss.

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