Este artículo fue publicado en:
CAÑESTRO
DONOSO, A., “Evocando el esplendor. Algunos aspectos decorativos de la iglesia
conventual de San José de Elche”, en BOIX, V. y PASTOR IRLES, A. (coords.), La
Caída. Elche: Cofradía de la Caída de Nuestro Padre Jesús
y María Santísima del Rosario en sus Misterios Dolorosos, 2010, pp. 16-23.
Asimismo, puede verse un estudio más profundo en CAÑESTRO DONOSO, A., La iglesia de San José y su patrimonio. Manifiesto del Barroco en Elche. Sevilla: ed. Punto Rojo Libros, 2011.
EVOCANDO EL ESPLENDOR. ALGUNOS
ASPECTOS DECORATIVOS
DE LA IGLESIA CONVENTUAL
DE SAN JOSÉ DE ELCHE.
Alejandro Cañestro Donoso
Lcdo. en Historia del Arte
Master en Patrimonio
El presente texto pretende hacer un análisis de la
ornamentación de la iglesia del convento de franciscanos, la actual parroquia
de San José[1].
La mencionada iglesia, aun careciendo de importantes estudios que revelen y
signifiquen la gloria que en otros tiempos supuso para el arte conventual, es
la que mejor conserva la esencia barroca en la ciudad de Elche, sin embargo se
vio seriamente mermada una parte importante de su patrimonio en los días
previos al inicio de la Guerra Civil,
aunque también conviene tener en cuenta los capítulos de desamortizaciones y
guerras en los siglos XVIII y XIX.
Y dado que este texto trata de aspectos
decorativos, en primer lugar cabe mencionar los retablos. El retablo puede
decirse que es el verdadero colofón de la arquitectura religiosa, conventual o
no, pues constituye la esencia de la misma Iglesia. Esta obra artística, como
ya se ha señalado, viene a señalar el sitio del Altar y el lugar del culto y,
por consiguiente, debe ser lo más espectacular de las iglesias. Así, nos
encontramos con retablos de materiales ricos, aunque lo más usual es que sean de
madera dorada y policromada, como los de San José. Y en el retablo se hace todo
un programa iconográfico con un ordenamiento. Se encuentran escenas de la vida
de Jesús y de toda la Biblia,
incluyendo capítulos hagiográficos (es decir, relativos a los santos),
registrados mediante arquitecturas y ordenados en cuerpos, calles y
entrecalles. Aunque el retablo sea de madera o mármol, es una auténtica
arquitectura, de la misma forma que una fachada, y se organiza para crear
diferentes registros (denominados casas),
donde acoger las diferentes imágenes de escultura y pintura, pues en el retablo
se unen las denominadas tres artes mayores: arquitectura, escultura y pintura,
aunque en ocasiones también hará su presencia el azulejo, la cerámica o incluso
la platería.
Un retablo se compone de cuerpos y calles:
horizontalmente, y apoyado sobre un pedestal que cubre la altura de la mesa del
altar, arranca con el banco o predela, se divide en cuerpos y finalmente el
remate en la zona superior. Los cuerpos están formados por órdenes (indicados
por los capiteles de las columnas y de las pilastras), que aparecen muchas
veces superpuestos. Verticalmente, y jerarquizando el retablo, se divide en
calles, destacando la central, en cuyo extremo superior se ubica el ático. La imagen
devocional principal se dispone en el centro de la calle central, muchas veces
practicando un camarín. A menudo hay entrecalles o intercolumnios, que son
registros menores, pues se abren nichos u hornacinas entre las columnas para
albergar santos, normalmente apóstoles.
El retablo, como respaldo del altar, va a ser un
elemento con una rica historia, con diferentes secuencias e hitos, aunque aquí
únicamente se hará un esbozo de la misma. Es interesante ver cómo surge el
retablo en relación con el altar: los primeros surgen sobre el siglo XI y XII
en época románica y consistían en una tabla pintada detrás del altar (retra tabulum: “detrás de la mesa”). En
época gótica se sigue el llamado casillero,
pues las casas se hacen pequeñas para albergar una gran cantidad de santos e
imágenes, que irán aumentando en el Renacimiento. Y ya a principios del siglo
XVII, tanto llegarán a aumentar los registros que el retablo se quedará con un
cuerpo y tres calles: es la época de la Contrarreforma y
con ella se ratifica la devoción a los santos, exigiendo que se vean bien las
imágenes mediante unas tallas más grandes para la contemplación que conmemoren
las virtudes del santo en cuestión. La protagonista en estos momentos es la Eucaristía y la base
del único cuerpo se ocupa con un sagrario. Las calles laterales se hacen más
discretas y la central se hace especialmente grande. Este sistema (llamado de orden único y monumental) es la
concepción que hoy queda, y acabará siendo el retablo característico del
Barroco con dos modificaciones: los órdenes clásicos se reemplazan por órdenes
barrocos, especialmente el salomónico, y una única calle. Se lleva al extremo
el retablo conmemorativo y se prescinde de la vertiente didáctica. En el ático
se disponen las imágenes devocionales, pues la calle central es ocupada por la
gran imagen y la zona del banco por el sagrario. Esta evolución, que culmina en
el Barroco, lleva implícita que el nicho central se sustituya por una
habitación, de mayor tamaño y profundidad, donde se puedan meter doseles,
creándose de esa forma el camarín, muchas veces habitación de la Virgen o de otros santos,
pero siempre erigido como una prefiguración del cielo, como un reducido cielo.
La iglesia de San José está concebida como una planta de salón, la propia de la
arquitectura conventual, es decir, una amplia y diáfana nave central y,
flanqueándola, seis capillas laterales, que aparecen perfectamente revestidas
de suntuosos retablos. Además de esos seis retablos y el mayor, hay que
contemplar asimismo los retablos del crucero, más discretos que los restantes,
donde se albergan las imágenes de la Milagrosa y el Cristo de la
Caída. Por tanto, queda configurado el
espacio sagrado de la forma indicada y articulado mediante la presencia de
nueve retablos, algunos menos suntuosos y otros más llamativos.
Vista
general hacia los pies de la iglesia. Detalle de las bóvedas.
Vista
general del actual presbiterio y naves.
Capilla actual de Santa Ana en el lado del
Evangelio.
Lámina XIII
del tratado de Jean Berain
Antiguo
presbiterio. Hacia 1900. Archivo Histórico Municipal de Elche.
Antigua
capilla de Santa Ana. Hacia 1900. Archivo Histórico Municipal de Elche.
Es también interesante el aspecto material de los
mencionados altares, pues la mayoría de ellos, siguiendo las directrices de la
segunda mitad del siglo XVII, están realizados en madera policromada y, en
algunos casos, se intentan imitar otros materiales más ricos, caso del mármol,
como las semicolumnas y las pilastras del retablo del Cristo de la Caída, con la intención de,
mediante esos mármoles fingidos, otorgarle más riqueza y lujo al conjunto. A
veces se incorpora el azulejo como complemento del retablo, más exactamente en
el zócalo de alguna capilla, como la de San Pascual.
Los retablos no obedecen a una única tipología
retablística, pues los hay que albergan en el edículo principal una imagen o
bien un lienzo, aunque todos ellos responden a una misma variedad, como se ha
indicado líneas arriba: el retablo de orden único y monumental.
Pero dichos retablos no siempre tuvieron la misma
iconografía, pues en cada época fueron variando las advocaciones de las
diferentes capillas laterales y, por tanto, los titulares de cada capilla
fueron siendo sustituidos por otros. De esa forma, se documenta que hasta la Guerra Civil existió, donde
actualmente se venera a la
Virgen del Rosario (es decir, la tercera capilla del lado del
Evangelio), un crucificado “de tamaño natural bajo modesto doselete”, que
aparecía custodiado por las imágenes de San Diego y de Nuestra Señora de la Salud, que anteriormente
estaban ubicadas en el Hospital que había en la Corredora. O, por ejemplo, en
la capilla del crucero que alberga al Cristo de la Caída, había antaño la talla
de San Andrés Hibernón.
Ya desde antiguo era valorado el retablo que cubría
y cerraba el presbiterio, dedicado a San José. El retablo mayor había sido
costeado por el Duque de Arcos, señor de Elche, aunque tendría otras imágenes
que no han llegado a nuestros días. Ciertamente, los episodios bélicos han
supuesto un delicado punto de inflexión en cuanto al patrimonio de nuestra
ciudad se refiere, pues las mayores pérdidas artísticas fueron causadas por
varios conflictos, como el de la
Guerra de Sucesión, la de la Independencia o los
prolegómenos a la Civil
de 1936, afectando a la totalidad de las iglesias ilicitanas. De esa forma, el
antiguo retablo mayor tenía una imagen de San José y el Niño que no es la que
se contempla en la actualidad (atribuida a José Sánchez Lozano, de la escuela
murciana), además de un lienzo bocaporte que cerraría el camarín central, que
tampoco se ha conservado y que es conocido por una antigua fotografía de la
colección de Pedro Ibarra (Archivo Histórico Municipal de Elche) que muestra el
presbiterio en la festividad de San Pascual. El esquema general de este retablo
sería el siguiente: banco o predela en cuyo centro se instala el sagrario, el
cuerpo principal dividido en la calle central y dos pequeñas calles laterales,
apareciendo en la hornacina central la talla de San José y el Niño, flanqueada
por cuatro tablas de santos franciscanos mártires. Los elementos de soporte
son, de los extremos al centro, de forma simétrica: semicolumnas adosadas de
fuste liso con el tercio inferior decorado, columnas salomónicas exentas de
cinco espirales y dos medias y estípites. Un entablamento rectilíneo con un
interesante juego de entrantes y salientes da paso al remate, al ático del
retablo, donde se muestra un lienzo del siglo XVIII, algo posterior a la
ejecución inicial de este retablo (fechado hacia 1675) que retrata a la Sagrada Familia,
enmarcado asimismo por columnas salomónicas y estípites. El conjunto se completa
con pintura parietal que representa unos cortinajes de color carmesí, algo muy
usual hacia los mediados del siglo XVIII; por tanto, puede decirse que la
conclusión de la decoración de dicho retablo, es decir, el lienzo de la Sagrada Familia y estos cortinajes,
se produce hacia 1740-1750. Pedro Ibarra (Historia
de Elche, 1895, p. 198) dijo de este retablo que era “perfecto, de talla
dorada y enriquecido con delicadas pinturas sobre tabla”.
El crucero también aparece exornado con varios
retablos, que dan la idea de que delante de cada uno de ellos habría un altar
para cultos diarios, uno en el lado del Evangelio que alberga a la imagen de la Milagrosa, que
antiguamente estaría presidido por la Inmaculada Concepción
dada la veneración que la
Orden Franciscana le tenía, de ahí que fuese nombrada Patrona
y Reina de toda la Orden. En
el lado de la Epístola
en la actualidad se representa al Sagrado Corazón de Jesús. Cabe reseñar además
el retablo de madera policromada que acoge a la talla de Nuestro Padre Jesús de
la Caída, una
espléndida imagen de Sánchez Lozano.
A ambos lados de la nave central aparecen, como se
decía, tres capillas laterales, que siguen una misma tipología: planta central,
que alude al sentido funerario y simbólico de las mismas, cubiertas por cúpulas
que vienen a prefigurar a la misma bóveda celeste, es decir, al cielo. Todas
ellas están recubiertas de delicada ornamentación, lienzos en algunos casos y
en otros altorrelieves, aunque es rasgo común la decoración de pintura lineal
en tonos azul, incorporando algún ocre, que destaca con mucho por encima del
blanco puro de los muros. Tales pinturas, muy posiblemente inspiradas en los
grabados que el francés Jean Berain dibujase en su interesante tratado, Ornamens inventez par J. Berain (1703), constituyen
un magnífico ornato del interior del templo. No obstante ello, parten de
tradiciones locales, pues ese mismo tipo de pinturas se había visto en el
interior de la antigua iglesia del Salvador o en otros conventos, caso de la
iglesia del convento de San Juan de la Penitencia (Orihuela) o de la iglesia del
convento de Santa Ana (Murcia), influenciadas asimismo por los grabados
franceses de Berain. Incluso alguna de las capillas, como la tercera del lado
del Evangelio, contiene cortinajes pintados utilizando la técnica del
trampantojo (del francés trompe l’oeil,
“engañar al ojo”), tan del gusto dieciochesco, especialmente de la primera
mitad.
En el lado del Evangelio (el lado izquierdo según
se mira desde la puerta al Altar mayor), las tres capillas están dedicadas a
San Pascual Bailón, Santa Ana y la Virgen Niña, y la Virgen del Rosario. Y todas
ellas tienen su perfecta justificación iconográfica por ser algunas de las
devociones franciscanas más populares. En el caso concreto de San Pascual,
aparece representado mediante una singular talla atribuida al maestro Sánchez
Lozano. Este santo franciscano estuvo por Elche cuando tenía 18 años cuidando
el ganado de Bartolomé Ortiz, “un ganado muy grande que para buscarle pastos no
sólo había que ir hasta Orito sino por toda la
Vega Baja”, según expresa el mismo santo en
sus memorias. Su relación con nuestra ciudad fue más allá, pues pidió ser
admitido en la Orden Franciscana
y su convento de San José, de ahí que se le tenga tanta devoción y que
precisamente, una de las capillas se haya dedicado a él. Sin duda es la más
plástica de cuantas existen, a excepción del retablo mayor, en toda la iglesia,
algo que ha podido acentuarse tras la conveniente restauración aplicada
recientemente, que ha sacado a la luz su auténtica policromía. Este retablo,
ejecutado en el último tercio del siglo XVII, sigue la misma línea que el
antecedente, pues también es aprovechado el banco o predela para ubicar el
Sagrario, además tiene una única calle que preside San Pascual, flanqueado por
unas columnas salomónicas muy carnosas, cuya superficie está totalmente
ornamentada con motivos vegetales y frutales, tan propias del Barroco. La
teatralidad barroca se hace muy presente en este retablo, que aparece coronado
en el ático por un lienzo con una custodia, algo que se pone en relación
directa con la intensa devoción al sacramento de la Eucaristía por parte de
los franciscanos, originada por el mismo San Francisco. El zócalo de la capilla
está revestido con azulejería de estirpe valenciana, con una clara impronta
manisera. A todo ello se deben sumar las pinturas de las paredes laterales de
la capilla, que representan pasajes de la vida de San Pascual y sus milagros,
incluyendo el de la misa de su propio funeral en que abrió los ojos en el momento
de alzar a Dios.
A continuación está la capilla dedicada a Santa
Ana, otra devoción popular en la Orden
Franciscana basada en la doctrina de la Inmaculada Concepción
de la Virgen,
sostenida a partir del siglo XIII por la citada orden. Esta capilla, fechada en
1724, es más discreta por varias razones, entre las que destaca su pálida
policromía, aunque tiene una iconografía mucho más rica. En el centro del
retablo se dispone la talla de Santa Ana y la Virgen Niña, justo encima de
ellas aparece el anagrama de Santa Ana, y a ambos lados de la hornacina dos
imágenes decapitadas (San Antonio y San José, los dos con el Niño Jesús en
brazos, reconocidos por fotografías de inicios del siglo XX). En la zona del
ático hay tres esculturas de difícil identificación, si bien es cierto que en
el centro hay un anciano con barba, que podría ser San Joaquín, y dos mancebos,
uno con un pez en sus manos (quizás represente a Tobías) y el otro una corona,
que bien puede relacionarse con la corona
franciscana de las siete alegrías de la Santísima Virgen. Es interesante ver cómo tiene esta capilla su paralelismo en el mismo
barrio del Pla, pues muy próxima se encuentra la denominada Cuesta de
Santa Ana, uno de los lugares más pintorescos donde poder ver en toda su
plenitud a la Cofradía
de la Caída.
Además, María Santísima del Rosario en sus
Misterios dolorosos, adscrita a la
Cofradía ya mencionada, ocupa la tercera capilla del lado del
Evangelio. Aunque originariamente hubo un Cristo crucificado, del que no se
conocen más datos, lo cierto es que en la actualidad dicha capilla alberga a la Virgen del Rosario y, tras
ella, un cortinaje fingido de igual manera que los que existen en las otras
capillas. Este espacio, que nunca tuvo retablo (sólo tuvo un dosel que hacía
las veces de sagrado palio para las diferentes imágenes de culto), aparece
completamente pintado con escenas de santos franciscanos mártires.
Por otra parte, en el lado de la Epístola hay tres
capillas más, que completan todo un ciclo de apoteosis franciscana. La primera
de ellas está dedicada a San Pedro de Alcántara por ser el franciscano que
envió a ocho monjes a Elche para fundar el convento en abril de 1561. Por
tanto, el fundador de la comunidad conventual ilicitana no podía quedarse al
margen y aparece representado en un lienzo en el edículo central del retablo.
La zona del banco está ocupada por la imagen del Cristo yacente, perteneciente
a la Cofradía
del Santo Sepulcro. El elemento sustentante del retablo son columnas de fuste
estriado en espiral con el tercio inferior ornamentado, presentando capiteles
corintios. El ático se articula a través de un lienzo de Santa Clara, quien
también estará representada en la última capilla. Y en este remate aparecen dos
elementos de claro estilo escurialense: las pirámides y las bolas, en la órbita
de la arquitectura y la ornamentación de tipo funerario.
Seguida de la capilla de San Pedro de Alcántara
está la de San Antonio de Padua, aunque en otros tiempos estuviese ubicada en
un emplazamiento diferente (era la tercera capilla y no la segunda, pues dicho
espacio estaba dedicado al Niño Jesús, “de raquítico bulto” según Pedro
Ibarra). Esta capilla forma conjunto con la de Santa Ana, que está enfrentada a
ella, y contiene repertorios decorativos diferentes, pues en la zona baja se
incorporan elementos simbólicos como granadas (que vienen a significar
simbólicamente la sangre de los mártires) o palmas (en referencia a los mismos mártires
franciscanos) enmarcados en óvalos. Justo encima de la talla moderna de San
Antonio y el Niño Jesús está el anagrama de Cristo (JHS), motivo que indica la
auténtica y antigua advocación de esta capilla. Hoy en día puede verse sobre el
pequeño altar una imagen de San Judas Tadeo. Las columnas salomónicas presentan
una notoria decoración de guirnaldas en las zonas de las espirales. En los
extremos se disponen dos figuras en estuco de santos franciscanos, imposibles
de identificar por carecer de cabezas. El remate superior del retablo se
configura con la presencia de la Santísima
Trinidad, circunscrita en un esquema triangular: en el centro
está el Espíritu Santo, a la izquierda Jesús y a la derecha Dios Padre.
Completan la ornamentación de la capilla sendos lienzos que están en las
paredes laterales con pasajes de la vida de la Virgen (la Natividad
y la Presentación
en el Templo).
Para finalizar el lado de la Epístola y el presente
texto, cabe mencionar la última capilla, dedicada en la actualidad a Santa
Clara, fundadora de la segunda Orden Franciscana, la de las Clarisas o Damas
Pobres. El retablo es menos efectista que el resto y antiguamente estaba
presidido por una imagen de San Antonio con el Niño en brazos. La pieza está
sustentada por columnas compuestas (de capitel jónico y corintio) de fuste
estriado y pilastras adosadas que contienen festones vegetales y frutales. Se
prescinde de ático que se sustituye por un frontón semicircular, lo que le
otorga a este retablo un carácter de arco de triunfo.
En suma, puede decirse que la iglesia del antiguo
convento de San José encierra un importante patrimonio histórico, artístico y
cultural, que conviene dar a conocer. Este artículo debe entenderse como una
primera aproximación al capítulo de la ornamentación, especialmente los
retablos y las pinturas, incluyendo la decoración parietal lineal en color
azul, procedente, según se ha podido constatar, de las láminas de Jean Berain.
Queda pendiente, pues, un estudio profundo sobre la iglesia que revele la
gloria que supuso en otros tiempos, ya que la arquitectura religiosa supone en
muchas ocasiones un estuche o un contenedor de magnas obras artísticas, como el
caso de San José, contemplándose asimismo el patrimonio perdido pero conocido a
través de las fuentes documentales.
[1] Agradezco a la Cofradía de la Caída de Nuestro Padre Jesús y María Santísima
del Rosario en sus Misterios Dolorosos la oportunidad de participar en esta
revista anual. Asimismo, agradezco muy encarecidamente la labor y el apoyo de
D. Alberto Pastor Irles, no sólo en la edición de las fotografías que acompañan
al texto, sino en todo el proceso de investigación. El agradecimiento se hace
extensivo a D. Rafael Navarro
Mallebrera, archivero-bibliotecario de Elche, en virtud de cuya amabilidad se
ha hecho posible la publicación de algunas fotos inéditas pertenecientes a la
colección de Pedro Ibarra.
1 comentario:
Agradezco mucho al autor de este artículo porque gracias a él he podido conocer mas datos sobre esta magnífica iglesia. La verdad es que sí la iglesia de San José es un gran joya que tenemos aqui en Elche que hay que conservar, lastima que esta iglesia este en estado de deterioro que se encuentra hoy en dia. Pero bueno lucharemos para preservar el patrimonio histórico y cultural de Elche
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